Los primeros 40 años ininterrumpidos de democracia que acabamos de cumplir es mucho para los argentinos pero no para la historia de la democracia en el mundo. Una historia cuyo carácter común es el de su desarrollo evolutivo, necesariamente gradual.
La nuestra es una criatura en incipiente desarrollo. Y en buena hora. En el concierto internacional la democracia y el progreso han ido claramente de la mano. El progreso en general y el de la actividad agroproductiva en particular; una actividad en estado de evolución permanente, compuesta, que integra radialmente múltiples actores e instancias organizacionales, procedimentales, jurídico-administrativas, económicas, comerciales, distributivas, en fin, una amplia red en cuyo núcleo residen dos componentes clave: el conocimiento y el propósito estratégico del conjunto, en términos de rédito país.
Hoy la agroindustria se encuentra también en transición. Ha avanzado notablemente en el sentido de su sostenibilidad productiva, en la disminución del impacto ambiental negativo de sus prácticas y en la generación de conocimiento científico-tecnológico apuntado en ese mismo sentido; pero somos conscientes de que aún estamos en transición. La tarea regenerativa que la agricultura se ha impuesto como garantía de su sostenibilidad y su rol como productora de biomasa -alimenticia, energética, plástica, etc- dependen mucho de la manera en que concibamos integralmente nuestros sistemas de producción. Eso requiere de la construcción de consensos: procedimentales y estratégicos.
En ese proceso, en un contexto de evolución democrática local y alta competitividad internacional, la información, derivada del avance del conocimiento y la experiencia directa, juega un rol esencial.
Para eso estamos.