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El agro argentino frente al cambio climático

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Ernesto F. Viglizzo- Investigador Principal del CONICET- Miembro de la Red del Grupo de Países Productores del Sur

 

Tal como venimos haciéndolo en esta columna, agregamos nuevas páginas a dos de los apartados de este Capítulo I del libro imaginario que aquí vamos gestando, a propósito del Humano PorVenir: el dedicado a examinar los argumentos centrales, acciones y procedimientos que de uno u otro modo orientan la actividad agroindustrial en dirección a su práctica responsablemente “sustentable”. En uno de esos apartados reuniendo reflexiones acerca del actual devenir de la actividad -y su perspectiva- en el otro dando lugar al testimonio de actores de la historia agroproductiva del NOA, en cuya dinámica intervino la EEAOC.

La relación entre demanda productiva, conocimiento aplicado y soluciones tecnológicas cristaliza en el momento de la adopción por parte del productor -agrícola o industrial- de las alternativas disponibles.  Razones, conveniencia, oportunidad y condiciones predisponentes, son factores necesarios y concurrentes, determinantes a la hora de los hechos concretos; todos, en definitiva -e inexorablemente- atados a uno en común: el factor humano.

 

Los desafíos del clima

Los procesos que tienen alcance global afectan a todos los sistemas biofísicos, tanto naturales como antrópicos. La pandemia del Covid19 es un ejemplo válido que ha globalizado su impacto causando un estrés agudo en la vida de los humanos. Y otro tanto está ocurriendo (y seguramente se acentuará) con el calentamiento y el cambio climático global. Ambos procesos de escala global ya producen efectos visibles y medibles, aunque de distinta intensidad, en distintas regiones del planeta. No solo aumenta la temperatura media de la Tierra, se modifican los patrones pluviométricos, se derriten glaciares y aumenta el nivel de los mares, sino también emergen con creciente intensidad y frecuencia eventos extremos asociados al clima. Esto significa que todos los sistemas vivientes están expuestos, directa o indirectamente, a situaciones que no eran previsibles en la segunda mitad del siglo pasado. Naturalmente, los sistemas agro-alimentarios globales no podrán escapar a estas consecuencias de un clima global desbocado. Sin duda, los mayores esfuerzos e inversiones humanas deberán ser aplicados a la adopción de medidas adaptativas si queremos evitar el colapso, entre otras cosas, de nuestros sistemas agro-alimentarios a escala global. Afortunadamente, podemos inferir que las tecnologías modernas, y la propia inteligencia humana, permitirán una adecuación adaptativa a las condiciones impredecibles que impone el clima global.      

La previsibilidad climática en cuestión

Si bien las grandes tendencias climáticas pueden ser pronosticadas a escalas mayores, los eventos extremos que abruman a escalas menores (países, regiones, zonas) vienen acompañados de un elevado factor de imprevisibilidad que sorprende a las sociedades actuales, independientemente de su desarrollo tecnológico. Sequías, inundaciones, ciclones, tornados y tifones, calores y fríos extremos, fuegos y tormentas intensas han pasado a ser escenas comunes que nos llegan a diario desde los medios de comunicación. Las sequías intensas y frecuentes están provocando un colapso abrupto de la agricultura en los países menos desarrollados, y una de sus secuelas son las migraciones humanas masivas desde las regiones pobres más afectadas. Si bien el aumento de la temperatura terrestre favorece la evapo-transpiración y una mayor formación de nubes que reflejan la radiación solar y ayudan a enfriar el planeta, también evitan la dispersión del calor emitido por la tierra, con lo cual agravan el efecto invernadero. Estas influencias contrapuestas, insuficientemente medidas, aumentan la imprevisibilidad a la hora de pronosticar el clima.  

 

Las evidencias incontrastables

Las tendencias de largo plazo muestran que la temperatura media del aire en el planeta ha aumentado alrededor de 1,5°C en los últimos 150 años, con mayor intensidad hacia los polos. En igual período el nivel medio del mar ha aumentado unos 2,5 cm y el hielo polar se ha reducido a la mitad. Desde fines de la década de 1950 los eventos pluviométricos extremos han multiplicado 6 veces su frecuencia en el centro y noreste de Argentina, y debido a la menor precipitación de nieve y a una retracción de la línea de hielo en la alta montaña, el caudal medio de los ríos cuyanos se ha reducido entre 30-50 % desde la década de 1980. Existen revisiones completas de datos globales que demuestran que las temperaturas más altas reducen el ciclo de crecimiento de las plantas y afectan negativamente el rendimiento de los cultivos más comunes que dan de comer a la humanidad. Pese a las críticas que suele levantar, la soja aparece como la especie menos afectada en el conjunto de cultivos estudiados. Sin embargo, el efecto global de caída de rendimientos atribuibles al clima, no parece ser totalmente replicable en la región agrícola central de Argentina, ya que los aumentos de temperatura no han sido tan notorios como en otras regiones del planeta. Quizás el cercano efecto moderador de las aguas del Océano Atlántico pueda explicar ese fenómeno. Lo cierto es que este fenómeno juega a favor de la agricultura en la planicie pampeana.

 

La adaptación necesaria

Pero no será igual en las áreas extra-pampeanas. Las regiones semiáridas y áridas de Argentina sufrirán con mayor intensidad los impactos negativos del clima. La imprevisibilidad que introduce el cambio climático nos obliga a considerar estrategias anti-riesgo que ayuden a prevenir situaciones extremas y reduzcan la incertidumbre en los sistemas de producción localizados en las regiones menos favorecidas. Hay factores vinculados al diseño del sistema productivo que ayudan a dispersar el riesgo climático; por ejemplo, la diversificación de actividades agrícolas y ganaderas. De larga data se conoce que el monocultivo o la mono-explotación concentran el riesgo en una o unas pocas actividades. Diversificar en el espacio y en el tiempo es, entonces, un factor de dilución del riesgo de indudable valor adaptativo. Las ganaderías bovina y ovina, por su lado, son actividades que resisten mejor los avatares climáticos que los cultivos anuales y tienden a estabilizar el funcionamiento del sistema. Es necesario reconocer que la ganadería es la única actividad viable en regiones marginales que no pueden sostener un planteo agrícola regular por escasez hídrica. Pese a sus limitaciones biológicas y económicas, la ganadería también es una actividad estabilizadora en áreas con aptitud agrícola. Ante una sequía, una helada intensa o una inundación, los animales soportan los rigores climáticos que no soportan los cultivos anuales. Y además, en situaciones extremas, pueden ser desplazados a otras zonas menos afectadas, lo cual no podría hacerse con los cultivos. Pero aún los cultivos tienen opciones frente a los avatares del clima. Pese a las resistencias del activismo ambientalista, mediante la modificación del genoma es posible producir variedades que resistan las sequías. Tenemos como ejemplo el trigo resistente a la sequía recientemente patentado en Argentina. Esta situación puede replicarse con otros cultivos, lo cual sería parte de la solución que requieren vastas zonas semiáridas (con alguna aptitud agrícola) que están más expuestas a los extremos climáticos que las zonas húmedas y subhúmedas del país. Pero la historia no termina solo en el planteo productivo; la tecnología juega también un rol relevante. La siembra directa, los cultivos de cobertura, ciertas rotaciones y varias tecnologías asociadas a lo que hoy llamamos agricultura de precisión y a las herramientas de las Ag-Tech (aplicaciones de celulares, modelos de computadoras) pueden contribuir significativamente a morigerar los impactos de la variabilidad climática. Los aportes de la agricultura climáticamente inteligente (climate-smart agriculture) pueden ser esenciales en el futuro cercano para enfrentar los rigores del clima.

 

Rol de las nuevas generaciones de productores y asesores.

En el caso del agro argentino, las estrategias adaptativas están en manos de una nueva generación de productores y asesores altamente calificados para introducir cambios positivos. Esta generación lidera los cambios que ocurren en el manejo de tecnologías del conocimiento y en la agricultura digital. No trata solamente de maximizar rentabilidades y rendimientos, sino que se ocupa también de estabilizar el negocio agropecuario y atender a las problemáticas ambientales y sociales vinculadas a la modernización del agro. La incorporación de protocolos de buena práctica agropecuaria (BPA) pasa a ser parte esencial del herramental tecnológico que requiere la agricultura moderna. Y esta generación está preparada mental y técnicamente para hacerlo. Es consciente del rol que juega el país como potencia agro-exportadora, y se forma y actualiza en forma permanente para cumplir esa función con creciente protagonismo.   

 

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